martes, 23 de febrero de 2010

ALGUIEN NOS ESPERA


El pintor Diego Fortunato con su pequeño angelito
Cristhian Fortunato en las afueras del auditorium
de su colegio después que hizo una magistral interrprteación
con el clarinete, el cual domina a la perfección.


Alguien nos espera (1991)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 90 x 60 cm.
Serie: HORIZONTES PERDIDOS
Colección Privada Nina Kors.

OLOR SILVESTRE

Con el rocío
de la mañana
o cuando una lluvia
tierna acaricia
la pradera
el húmedo olor
de la vida silvestre
inunda el alma mía.

Es perfume
de ángeles
que mana del paraíso
para ungir al mundo
con su savia divina.

Árboles y arbustos,
flores y hierbas
y hasta las más pequeñas
de las azucenas
elevan su mirada
al altísimo bendiciendo
el regalo del cielo.


Sólo se transpira paz,
tan silenciosa,
que los acordes
de su armonía
con sutil delirio
te atrapa en canto
eterno y suave
en regocijo bendito
.

sábado, 13 de febrero de 2010

EL FABRICANTE DE SUEÑOS


Diego Fortunato con su pequeño y querido hijo Cristhian
después de un acto en su colegio (Diciembre, 2008).

El fabricante de sueños (1997)
Pintor: Diego Fortunato
Acrílico sobre cartón 66 x 48 cm
Colección Privada familia De Falco


NECESITABA LLORAR

¡Ay amarga pena!
Necesitaba llorar recostado
de la perla espuma.

Necesitaba desahogar
el cristal que transparenta mi alma.
¡Ay amarga pena!

Las plumas del alba
cantan en remolino
sobre la imagen del viento.
¡Ay amarga pena!

Quería pellizcar las veredas
que tejen la aurora.
Quería surcar en las calaveras
y en los claveles de la pradera.
¡Ay amarga pena!
¡Ay gota borrosa
que inundas de lágrimas las venas!

Los ojos se llenan
de dulce primavera.
Todo embriaga
con su locura la mar sin frontera.
¡Ay amarga pena!
¡Ay canto, ay guitarra
que despiertas las penas!

¡Ay estatua de agua

que cincelas el aire blando!
Necesitaba llorar recostado
de la perla espuma.
¡Ay amarga pena!



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miércoles, 3 de febrero de 2010

POSICIÓN N° 11


Diego Fortunato, pintor, poeta, ensayista, novelista,
jodedor irreverente y pensador universal en la terraza
del Grand Hotel Timeo, en Taormina, Sicilia. (Mayo del 2009).

Posición N° 11 (1982)
Pintor Diego Fortunato
Marcador sobre cartulina 66 x 48 cm.
Serie: GARABATISMOS

Colección Privada

SAN VIRTUOSO Y EL ESCAPULARIO DEL TÍO BENITO

No recuerdo muy bien como fue…
Pero de qué sucedió ¡sucedió!
Aunque ya esté muy viejo
para contar historias largas
mi memoria testifica
que en el pueblo de Santa Esperanza
existía un curita, muy joven él,
que de la Biblia hacía un escapulario.
Unos les decían bobo santurrón.
Eso era lo de menos, lo más suave,
porque cuando pasaba
frente al botiquín de Benito, el leguleyo,
porque decían que había estudiado leyes,
los mozos que estaban repletos de ron
le gritaban cada cuestión,
que el pobre cura se ponía tan marrón
como su sotana y de un sólo tirón
corría a esconderse tras el púlpito de la iglesia,
que quedaba en la esquina Del Porrón.

La historia no podría ser tal,
si al bendito cura, que se llamaba Virtuoso,
Virtuoso Cañas, para ser más preciso,
algunas viejitas lo habían bautizado,
a fin de que les reivindicase
sus pecados juveniles, como San Virtuoso.
El pobre cura, que de provinciano tenía
hasta los lamentos y de santo ni la coronilla,
comenzó a aprovecharse de su pregonada santidad.
Fue así como Cándida, bella mujer y casta
hembra deseada por todos los pobladores,
llegó a las manos y la codicia del sacerdote,
quien no era puro ni menos virtuoso.
Seducido por los encantos de aquella morena
de espectacular figura, caderas anchas,
pechos de gallo en flor y nalgas de rumbera,
Virtuoso, cada vez que ella se presentaba
ante el confesionario, le ponía a la bella
joven una sola penitencia,
aunque ella nada malo había hecho.
Y el cura le decía: “Si quieres el perdón
divino, con un hombre divino debes
estar”, confundiendo a la párvula mujer,
quien en su ignorancia nada entendía.
Fueron pasando los días, las semanas
y los meses y el curita insistía,
pero nada sucedía con la guapa doncella.

Todos, en la población, seguían
haciendo mofa del curita feo y desgarbado,
hasta que un día Benito enfermó.
Sería de tanta rumba y alcohol,
nadie lo sabe, pero lo que si es cierto
es que era tío y padrino de bautizo
de la hermosa Cándida,
a la que siempre protegía
del contacto de rufianes pueblerinos.
Su malestar fue tan grave,
que temiéndose lo peor, llamaron
al cura Virtuoso
para que le diese la extremaunción.
Éste corrió presuroso, no sólo
con la intención de darle los santo
óleos, sino para estar cerca de Cándida,
a quien en secreto amaba y ansiaba.
Al llegar, todos estaban presentes.
Sólo faltó el Jefe Civil quien,
dijeron, estaba tras unos cuatreros.
Sin embargo otros aseguraron
que estaba pasando la mona
tendido en una destejida hamaca
detrás del negocio del moribundo Benito.
Todos reían, porque, decían,
que zancudos y otras chiripas
morían al instante después de picarlo
ya que el regordete hombre de la policía
estaba tan repleto de alcohol
que las pobres alimañas
no resistían tal intoxicación.

Volviendo al caso, les voy a contar,
y es palabra de viejo
y eso tiene respeto y dignidad,
porque yo no cuento estupideces
y menos cosas con maldad.
Pasó la noche en que Benito
agonizaba cuando el cura Virtuoso,
después de ungirlo para el último adiós,
le puso un escapulario al cuello
y entre labios le rezó una oración.
Yo lo vi. Con estos ojitos, que ustedes ven.
Me pareció que era de la Virgen María,
otros dicen que tenía prendida una foto
de Cándida aparentando a la santa mía.
La historia es que el consagrado
escapulario desapareció el mismo día
que el tío Benito al fin murió,
al parecer de cirrosis aguda
y no por estar seis horas con una puta.

La cosa en el pueblo siguió igual.
Trabajo de día y borrachera en la noche.
Y las viejas en sus casas rezando el rosario
y los viejos maridos roncando la caña.
Sólo una cosa había cambiado:
Cándida acariciaba con tal devoción
el escapulario que Virtuoso había prendado
de su tío Benito antes de la fatal defunción
que hizo sospechar a niños, ancianos
y a casi todos los parroquianos,
que la mujer se había desequilibrado.
La llevaron ante el matasanos,
quien le recetó una poción de valeriana.
Pero nada pasó. Luego la llevaron
con el brujo Juliano, quien le leyó la mano
y como remedio le mandó unos baños
de canela y hierbas con olor a gusanos.
Pero nada sucedió y por tal motivo
como último recurso la llevaron
ante el llamado San Virtuoso
para que le curase ese mal tortuoso.
El cura la miró tan fijamente
que muchos creyeron que estaba demente.
Ella se hizo la desentendida.
El escapulario contenía
y ella lo sabía, una foto escondida
tras la figura de la Virgen María.
Era la del curita, que de bobalicón,
no tenía un ápice, ya que en la misma
aparecía tan desnudo como el día
en que nació en la hacienda de Don Simón.
Estaba tan bien dotado
que tenía atontada a la casta jovencita
hasta el punto que ya poco dormía
y había perdido hasta el apetito.
En un gesto ella hizo girar entre sus dedos,
y en forma circular, la imagen sagrada
que estaba cosida a una cadenita
de fino oro de dieciocho quilates,
he invitó al cura para que la amase.
Todo fue bendito, dicen algunos.
Otros furia de dioses, ya que durante tres días
nadie más supo del curita ni de la Cándida
mujercita. La iglesia permaneció cerrada
y las campanas sin decir nada.
En verdad no sé si eso fue felicidad,
lo cierto es que antes de los nueve meses
nació un niño robusto y fuerte,
a quien mucho llamaron sin pecado concebido
porque gracias a la religión nació
aquel varón que alegró la vida del santurrón.