martes, 25 de enero de 2011

AFERRADA A LA SOLEDAD


Aferrada a la soledad (1998)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 120 x 90 cm.
Serie HORIZONTES PERDIDOS
Colección Privada familia Nocerino 



PEREGRINO


¡Rosas!... El canto del cristofué se aleja.
Jazmines perfuman el cielo con su olor de llanto.
La brisa acaricia el aire callado y perenne.
Las grullas vagan a su suerte…, hacia la alegría.

¡Callo!... El ruido de la mente opaca el alma.
Siento las olas batir en mis sienes blancas.
El océano abarca la mar de los pensamientos.
Nado en el universo de la nada…Voy más allá...
Soy peregrino del tiempo… Viajante de la nada.
Un vagabundo errante… Caminante silencioso…
¡Soñador de sueños!… ¡Encantador de ilusiones!...


El pintor y escritor Diego Fortunato con sus hijos
 Cristhian Fortunato y Deborah Alejandra Fortunato. 
(En Caracas, Venezuela, hace tres años atrás).



EL POEMARIO ESTÁ DISPONIBLE
 EN  FORMATO ePUB  EN Bubok.es

jueves, 20 de enero de 2011

LA AMANTE DE VINCENT VAN GOGH

La amante de Vincent Van Gogh (2003)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 150 x 100 cm.
Serie VITRALES VIRTUALES


LA CARTA



Quiero escribir una carta
pero no sé a quién dirigirla.
No tengo nadie que la espere
ni una dirección donde enviarla.
De todas maneras la escribiré.
La remitiré a mi corazón,
que sí escucha y leer sabe.
Querido amigo:
  Primero que nada, mis mejores
deseos para sigas así, sano y fuerte
y pleno de dicha, salud y felicidad,
el cual hago extensivo a todos
tus amigos y familiares
que te circundan y siempre alientan
para que nunca te detengas
y continúes en la dura batalla
hasta que el Altísimo disponga.
Sé que he sido injusto contigo.
Que te debía estas líneas
desde hace bastante tiempo.
Que te he reclamado cosas sin razón.
Te suplico perdones mi desacierto.
Que olvides todos esos malos ratos
que te he hecho pasar sin recato.
La vida, y tú lo sabes mejor que yo,
me ha dado duros golpes y aflicciones.
No sé si con justicia o no.
   Lo sé. Eso no justifica mi proceder.
Tantas penas te he endosado
y tantos desconsuelos incensarios
que fue como clavarte un dardo.
Porque, al fin y al cabo, no tenías culpa de nada.
Perdona por tanto dolor, tanto sufrimiento,
que te infligí en mí alocado ir y venir.
¡Qué buen amigo eres!...
¡Qué fiel y manso compañero!
Tú sabes que todo lo acepto
y que de nada me arrepiento,
aunque el destino, puerco e infame,
me encajó el pecado de haber
nacido en un mundo ruin y malvado.
Nunca quise dañarte, ¡válgame Dios!,
porque te amo tanto como a mí mismo,
ya que eres bueno, sano y prudente.
Los deslices de mi vida sentimental
los soportaste con heroísmo colosal.
Te lo agradezco infinitamente
y nunca lo apartaré de mi mente.
Así como el amor que le brindaste
a mis hijos, a los cuales tenías como tuyos.
Tanta ternura, tanto cariño diste
que me hiciste sentir mucho orgullo.
Y a mí madre, ¡cuántas caricias
y embelesos dabas cuando la mirabas
en lo profundo de su ojos vivaces y alegres!
¿Te acuerdas cuando yo era feliz
el gozo que me ofrecías en cada
salto del día y en las noches de armonía?
¡Qué hermoso era sentirte latir cerca de mí,
amar conmigo y ser amado por ti!
Me enseñaste tantas cosas que no sé
por dónde empezar ni como describirlas.
A ti te debo todo el amor que pude dar,
los sentimientos y las pasiones,
pero lo que más te agradezco es ese don
divino, esa huella indeleble,
que sembraste en mí alma arrogante
al mostrarme al Dios de las alturas
que me apartó del camino errante.
¡Qué dicha!... ¡Qué misericordia, la tuya!
Recuerdas cuando niño cómo jugabas
conmigo, cómo tejíamos los sueños
con cándida inocencia y amor celeste,
porque decías que el amor era azul,
como el azul del cielo, nido de ángeles,
querubines, santos y vírgenes divinas.
¿Y mis lágrimas?... ¡Cuántas lágrimas!
¿Recuerdas lo qué me decías
para contenerlas. ¿Sí?... ¡Qué bueno!
Yo también lo recuerdo y nunca lo olvidaré:
“Perdónalos… ¡Perdónalos, que no saben…!”,
señalabas en susurro que sólo yo escuchaba.
Tú me enseñaste ese sortilegio maravilloso,
ese don mágico que concede el perdón.
Esa liberación divina que purifica
y dignifica a quien concede y recibe.
¡Qué maravilloso eres!... ¡Único en verdad!
¡Qué mal te traté durante mis despechos,
mis mal de amores y mis locas carreras
al despeñadero de las angustias plañideras!
¡Qué inquietud y turbación te trasmití
y cuántos desvelos por mí dolor!
¿Te acuerdas de Luisa?... ¡Claro, cómo
no te vas a acordar!… ¡Qué sentimientos
tenía! Y esa mirada de virgen encantada
era todo un poema para enamorados.
Y de Trina e Isabel y las otras, ¿recuerdas?
¡Qué hermoso es amar más que el amor!
¡Qué contento te sentías en esos día!...
Bueno, no fueron días sino años,
tan plenos de felicidad que los dos,
tomados de la mano y con el regocijo
pincelado en nuestros ojos claros,
cantábamos por la calles de la ciudad
tantos vivas y tonadillas al amor
que teníamos a todos hasta la coronilla.
Bueno, son cosas del pasado, lo sé.
El presente no es tan maravilloso
en esas cuestiones. Tendrá sus razones.
Lo importante es que estás a mi lado,
fiel e inseparable amigo de luchas
y batallas, alegría y desdichas y nunca,
siquiera en pensamientos, pensaste,
y valga la redundancia, meterme
en una ambulancia y dejarme
con una lisonja en el abandono.
Siempre a mí lado, como un guerrero
de los tiempos pasados y presentes.
Siempre has estado ahí, vigilante,
para que ningún espía errante penetre
las barreras que nos mantiene rozagantes.
Te amo, querido amigo. Sigue así,
firme y decidido, porque los combates
todavía, y tú lo sabes, no han concluido...
Entre vendavales y tempestades,
derrotaremos a los furiosos huracanes
y sobre lava de volcanes marcharemos
siempre juntos hasta llegar al reino
venerable de las ideas puras y benditas
porque todavía queda mucha tela sin cortar.
   Bueno, me despido, no sin antes desearte
muy cariñosamente que sigas lúcido y valiente,
sin interrumpir tu ritmo y galope, no importa
si la cuesta es empinada y que por ahora
sólo podamos comer papas y ensaladas.


   Un fuerte abrazo amigo mío, extensivo a todos
los que te rodean, a esos valientes, que te ayudan
en el diario y vigoroso palpitar.


                               Cordialmente,


                                                    Tú tutor




P/D: Te amo doblemente.
Por lo que eres y por todo lo que me has enseñado.




El pintor y escritor Diego Fortunato estrecha la mano del recién fallecido presidente Carlos Andrés Pérez, gran demócrata y ejemplo e inspiración de generaciones de hombres libres, quien ejerció la Primera Magistratura de Venezuela en dos ocasiones.


domingo, 9 de enero de 2011

La intimidad

La intimidad (1989)
Pintor Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 150 x 100 cm.
Serie MUJERES DE PIEL DE SOMBRA
Colección Privada familia Delfino Kors.
PIEL

Es suave como el amor.
Terciopelo de las horas.
Son mis manos de piel,
las que tocan tú sed,
las que acarician
tus palabras de miel.


Es mí cuerpo…
Tú piel está en mí.
Ardiendo estamos
como volcanes
encontrados en el tiempo.


Golondrina perdida,
tus senos benditos,
con pezones de flecha
que apuntan en mí pecho
te dará el lecho
de una vida bendita
en el placer y el amor.


Es la piel,
sólo la piel,
su olor y condición,
a la que las mujeres
le dan amor y devoción…

Diego Fortunato, pintor, poeta,
 ensayista, novelista, jodedor irreverente
 y pensador universal, en Ponte Di Mezzo 
durante su estancia en Pisa (Italia).