domingo, 14 de julio de 2013

EL PERFUME DEL SILENCIO


En el año del silencio
Pintor: Diego Fortunato
Técnica: Acrílico sobre tela
Medidas: 150 x 100 cm.-
Año: 1993
 Colección Privada Museo Pedro y Carmen Tinoco
(La Habana, Cuba).

 

EL PERFUME DEL SILENCIO


Estuve solo,
no sé si por horas
minutos,
o fracciones
de ellas.
¡Qué importa
cuánto tiempo
fue!... Para mí
fueron años,
quizás
una eternidad.
¡Qué importaba
el tiempo si el tiempo
también es silencio!...
¡Qué importa
todo si cabalgaba errante
sobre crestas de paz
en la inmensidad
del silencio.
Ni un ruido,
sólo su suspiro
y murmullo
celestial
envolvían
todo mi ser.

Una alondra
y luego un pájaro
cantor
atravesaron
fugazmente
mi silencio.
Se acercó
tanto, pero tanto,
a mí, que hasta
pude oler
su perfume
y ver su color
de madreperla
transparente
como el sueño
divino del Creador.

No podía
separarme
de aquel perfume,
ahora de jazmín
y rosas plantadas
en el infinito.
Absorbido
en la quietud
absoluta
de su silencio
y embriagador aroma,
de pronto vi
sus ojos de miel.
Su mirada
de celestial
alegría
y silencio
destellaban
de tal forma,
que me ruboricé
por instantes
imprecisos.
Nunca vi
mirada igual
ni ojos
tan profundos
impregnados
de paz.
Seguí viéndolos
mientras
lágrimas
de silencio,
teñidas de paz
redentora
descorrían calladas
por mis mejillas.

Estaba solo,
no sé si fueron
horas, minutos
o fracciones
de ellas.
¡Qué importa
cuánto tiempo
fue!... Para mí
fueron años,
quizás
una eternidad,
una eternidad
que jamás
olvidaré porque
donde está Dios
está el perfume
del silencio.

El pintor, escritor y poeta Diego Fortunato con sus cinco hijos.
  Fue el pasado mes de abril y son: Diego Odín Fortunato La Rosa (arriba, de pie),
y Viviana Alejandra Fortunato La Rosa, a su derecha, quien tiene a su izquierda
a Deborah Alejandra Fortunato Vásquez. En el centro 
 Cristhian Fortunato Di Geronimo, el más pequeño,
 y Daniela Andreína Fortunato Vázquez.

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jueves, 27 de junio de 2013

LA MAJA INDÍGENA

La maja indígena
Pintor: Diego Fortunato
Técnica: Acrílico sobre cartón
Medidas: 66 x 48 cm
Año: 1987
Colección privada del pintor


ESTABA RECOSTADO DE UN DESEO

Un “enmascarado” homenaje a La Gran Sabana

Tirado en noche
oscura sobre el verde
y oloroso prado salvaje
y al abrigo de un paraguas
de estrellas, miraba al cielo
en busca de un lucero fugaz
para pedirle un deseo.

Estaba alejado del mundo,
de sus guerras criminales,
de sus odios infernales,
de sus luchas malditas
y violencia materialista.

Estaba ahí, donde la paz
puso su nido. Donde Dios
hace la siesta en días festivos.
Alejado de la eternidad
de las horas opacas y sin sentido.
De las luchas estériles de los poseídos
por el olor del dinero y la riqueza perversa.

Estaba en esa gran sabana,
hoy ungido paraíso terrenal,
que aún no ha sido contaminado
por la civilización siniestra y letal.
Estaba entre seres puros en humildad,
en el único recodo que se ha salvado
de la rapaz garra sucia e inmoral.

No sé si me perdonarán
mis hospedantes, los sabios
pemones, arekunas y demás,
pero se me hace necesario
revelar dónde estaba a fin
de enseñar al mundo
el ejemplo que ustedes dan.

Quizá los haré más adelante,
pero antes quiero terminar
con lo que había comenzado:
La noche se teñía de azul oscuro,
de ese color que nadie ha visto
ni yo sé descifrar. Mis ojos bien directos
no dejaban de apuntar al cielo,
mientras mis labios se desdibujaban
sin querer en sonrisa placentera.
No hay palabras, ni mano humana
que pueda atrapar ese momento.

Mientras suspiraba apareció una,
después otra y luego una legión más.
Eran tantas y tan rápidas,
que se me olvidaron los deseos.
Cerré los ojos suavemente y pensé:
Necesito un sólo deseo
para todas ellas y que todas juntas
logren realizarlo. Volví a suspirar
y pronto dije en mis adentros: “Señor,
Dios mío, devuélvele al ser humano
la espiritualidad perdida… ¡Por favor!”.

Al instante abrí los ojos y desde la pérgola
del cielo, las estrellas aún fluían
con fulgor, rapidez y reluciente armonía.
Parecían fuegos artificiales venidos
de las bóvedas del infinito desconocido.
¡Qué espectáculo tan magistral que ojos
humanos y radiantes pudieron ver y maravillar!

Me incorporé tranquilo. Sacudí
alguna paja que se había adherido
a mi camisa de lino y caminé lento
hacia la churuata, una especie de castillo
tejido con telarañas de palma moriche.
Suspiré otra vez, esta vez aún más profundo,
que creo que hasta en el fin del mundo
se escuchó su sentir. Acordeones,
una flauta y un violín sonaron en mí ser,
muy adentro, tanto que aún lo siento.
Fue la señal, no sé. No me atrevo a predecirlo.
Lo único que sé es que mi deseo pronto
se cumplirá porque el mundo ansioso está.

Volviendo a lo otro,
con mucha pena y obediencia
debo decir que me fue negado
y al mismo tiempo yo me lo he prohibido,
revelar dónde queda mi paraíso terrenal.
Está en la tierra, claro está.
Ni tan cerca ni tan lejos, dependiendo
de donde usted está. Pero una cosa
es cierta :¡Ahí no hay maldad!

Una pista les he dado
porque así me fue permitido.
No hay mal sentido en este relato.
Lo lamento mucho, pero debo preservar
el único recodo donde Dios en las tardes
va a descansar y a soñar por un hombre
justo, espiritual, más humano y menos letal.

¡Lo sé!… ¡Él también sabe que vendrá!




El pintor, escritor y poeta Diego Fortunato con su amiga Marilú Lorza y otra amiga de Puerto Ordaz en un alto en su camino hacia al Paraitepuy, puerta de entrada al mágico y extasiante Roraima, tepuy sagrado de los pemones, ancestral etnia indígena, guardianes indiscutibles de La Gran Sabana (Estado Bolívar, al sur de Venezuela). Su alto tenía un propósito: lanzar a los vientos para que se escuchase hasta en los confines de universo su ¡Ommmmmmmm!, el armonioso ruido que emite el planeta Tierra cuando se desplaza en su órbita celeste.



EL POEMARIO Acordes de vida, donde se publica Estaba recostado de un deseo, Y OTROS 14 LIBROS

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