La faena de Adán y Eva (1987)
Autor: Diego Fortunato
Acrílico sobre tela 122,5 x 76.5 cm.
Colección Privada
COMPAÑEROS
Tengo dos compañeros
nuevos. Quizás Dios
me los envío,
quizás la providencia,
quizás es pura casualidad.
No importa cuál quizás
fue. Lo importante
es que los estoy comenzando
a comprender. Quizás más
que eso. Quizás estoy
aprendiendo a amarlos
o quizás los amé
desde el mismo instante
en que los conocí.
No lo sé y tampoco importa.
Lo importante, los ame
o no los ame, los aprecie
o no los aprecie,
son mis compañeros.
Mis inseparables
compañeros de días
de cuitas, de noches
de insomnio, de efímeras
alegrías y de prolongados
silencios salpicados
de reflexión y aburrimiento.
No dicen nada. Sólo
me ven y todo lo aprueban.
Yo hago lo mismo.
Los veo, los apruebo
y a veces trato de entender
sus pensamientos,
sus deseos y sus angustias
si es que las tienen.
Hace poco que están conmigo.
Quizás también ellos
me estén estudiando.
Quizás psicoanalizando,
quien sabe. En este mundo
todo es posible, tal como
es posible reproducir
bacterias de la nada
y todo un cuerpo
de una simple
y microscópica célula.
Uno de ellos,
uno de mis compañeros
se llama Coloso. No sé
porqué le pusieron
ese nombre de pila,
ya que es muy pequeño.
Casi una miniatura,
diría yo al compararlo
con otros de sus parientes.
El otro, siquiera tiene nombre.
Quizás nunca lo tendrá.
Quizás su mamá se lo puso
y yo no lo sé. Quizás si, quizás no.
Por eso, como no conozco
a su señora madre, lo he bautizado
con el nombre de Picirillo,
que en buen italiano quiere
decir Pequeñín, porque es mucho,
pero muchísimo más pequeño
que Coloso, mi otro compañero,
que de coloso no tiene un ápice.
Estoy seguro que, aunque
los tres convivamos juntos,
Coloso y Picirillo no se conocen
ni jamás se han visto.
Si ocurriría alguna vez,
sin la menor duda Picirillo
dejaría de existir. Sería
una lástima porque últimamente
lo he visto crecer. Picirillo
es apenas un bebé, pero crece
rápido y saludable. A pesar
de su corta edad en cada uno
de sus movimientos evidencia
su agilidad y vivacidad
ancestral. Lo lleva impreso
en su ADN. Debido a eso
se ha salvado de grandes
hecatombes desde el principio
de los principios, cuando
la Tierra era poblada
por descomunales dinosaurios.
A Picirillo sólo lo veo
en la noches.
Es un noctámbulo incurable
y así será mientras
la Tierra siga girando
sobre su eje. Esa conducta
ha hecho sobrevivir
a su especie durante milenios.
Lo veo cuando voy al baño.
Vive allí y ese, para el
“inmenso” espacio, le gusta
y también lo disfruta.
Mientras estoy sentado
en la poceta, ustedes saben,
haciendo mis cosas… ¡La caca,
por supuesto!, lo observo
como, dicharachero y feliz,
deambula de un lado otro
con total y absoluta libertad.
¡Es tan pequeño y yo tan grande!,
pienso a veces, y siquiera me teme.
Anda por doquier. Cerca de mis pies,
en los alrededores de la poceta
o donde le da su perra gana.
A veces me reta y busca meterse
entre mis pantuflas… ¡Es un atrevido!
Un temerario. A veces lo veo,
lo presiento y lo visualizo
como mi héroe, mi valiente héroe.
¡Yo, unas cien mil veces más grande
que él y no me teme!… ¡Siquiera
tiembla ante mi presencia!
Por eso lo admiro y amo.
Además, es mi compañero de soledad.
Mi compañero de pensamientos,
porque me hace reflexionar
mucho sobre la vida y la muerte
y de todas esas cosas que los humanos
nos empeñamos en pensar
enfermizamente a fin de hacernos
nuestro propio y personal
haraquiri mental y vivencial.
Picirillo es silencioso y pulcro
y no se mete con nadie.
Vive en completa paz y armonía.
Así lo hizo Dios y parece
darnos el ejemplo, pero nadie
lo ve, nadie nota sus sabias
y silenciosas enseñanzas.
Cuando anda por doquier,
libre y orondo, como Pedro
por su casa, sólo busca su alimento.
Alimento para su subsistencia,
para que cuando sea adulto
o llegué el mágico momento
de aparejarse, pueda tener
su propia y hermosa familia,
la cual seguirá, por los siglos
de los siglos, perpetuando su especie.
Realmente he comenzado a amarlo,
a quererlo con total
y desprendido sentimiento.
Cuando en las noches voy a hacer pis
y no lo veo me preocupo. ¿Será
que Coloso lo descubrió andado
por “su casa” y acabó con su existencia?
Con ese funesto pensamiento
martillando mi sienes, regreso
a la fría cama de invierno tropical.
No dejo de pensar, una y otra vez,
qué suerte le tocó. Qué pudo
haberle ocurrido. Y entre pensar
y repensar pronto quedo otra vez dormido.
A veces me cuesta retomar el sueño.
Otras veces, cuando el cansancio
me abruma, no. No puedo evitarlo.
Sé que Coloso no es ningún
salvaje animal y eso me consta.
Más bien es dócil y comprensivo,
pero instintivamente su naturaleza
lo impulsa a hacer cosas
que para otros podrían parecer
aberrantes y que para el no lo son.
Yo lo quiero mucho.
Aunque a veces lo reprendo
y me dirijo a el con palabras
subidas de tono y un poco groseras,
sé que también me quiere mucho.
Es tan fiel y comprensivo,
que a veces me hacer sentir mal
por mi hostil comportamiento.
En más de una ocasión
me he reprobado en silencio
mi, a veces, neurótico trato.
Y es que, en momentos, me desespera.
El muy insolente se cree
el rey del universo, el centro
de toda la galaxia
y que la vida y el mundo
gira a su alrededor.
A pesar de que me irrite
y que a veces le da por romper
todo: muebles, patas de sillas,
flecos, costosos divanes
y todo lo que le venga
en perra gana, lo amo.
La descrita no es su peor
actitud y proceder.
Lo peor, lo cual tiene la casa
convertida en mundanal chiquero,
es que se mea y caga donde,
también, le da la perra gana.
Y eso que no es ninguna perra,
sino un chiquitín perrito chihuahua,
de los que a los maricones
gringos, por eso del marketing,
les ha dado por llamar chihuahua toy.
¡Si hombre, toy!... Nunca había
visto ni imaginado un juguete
tan cagón, insolente, maleducado,
patán, cabeza dura
y todos los demás etcéteras
que se le quieran poner, como Coloso.
Sin embargo, y a pesar de todo,
lo amo. Tiene sus defectos, como
todos, pero también sus virtudes.
Coloso es cariñoso, comprensivo,
fiel, piadoso, escrupuloso, tolerante,
moderado guardián, ya que es un
poco miedoso, y de mirada angelical
sólo cuando quiere que se le consienta en algo.
Además, es un innato psicoanalista.
Cuando me mira fijamente a los ojos
me hace sentir, y así lo percibo,
como si estuviese sentado
en el diván de un psiquiatra
y el fuese el loquero
que me escucha en silencio.
Lo digo en chanza,
ya que nunca, gracias a Dios,
he tenido que ir a uno.
Sea lo que sea,
lo amo y el a mí. Eso es seguro.
El lo sabe y yo también.
Lo mismo sucede con Picirillo,
mi pequeña chiripa
que pronto, si Dios quiere,
se convertirá en una señorial,
distinguida y elegante cucaracha.
Son mis compañeros
y yo lo amo. Sé que ellos
también me aman a mí.
Dios me los puso en el camino.
No me opongo. Dios sabe lo que hace…
El tiempo de Dios es perfecto.
Yo lo sé. Nunca lo he dudado,
porque siempre lo he amado
sobre todas las cosas terrenas
o divinas… ¡Dios está conmigo
y siempre lo estará!... ¡Te amo Dios!
El pintor, escritor, poeta, ensayista, dramaturgo y jodedor irreverente e incurable
Diego Fortunato junto al maestro Fernando Botero durante una
visita del artista colombiano a Venezuela. A la izquierda, El descanso,
pintura de Fortunato perteneciente a su Serie La famme en ocre.